martes, 17 de mayo de 2011

El Curandero

           Entre los años 50 y 60, en un pueblo al norte del estado Anzoátegui, cercano a la capital, se corría la voz que existía un señor  que sanaba todo tipo de enfermedades. Algunos le decían hechicero y otro curandero, lo más curioso que no usaba ni bola mágica ni conjuros, sólo exigía una muestra de orina de la persona enferma (las aguas, como se les decía) en un frasquito transparente y una módica tarifa de algunos bolívares, que le servían para los arreglos de su barroco hogar. 
Para llegar hasta aquel lugar había que montar a caballo, según cuentan eran grandes y blancos como los mitológicos unicornios, pues  no habían carreteras sino largos, rocosos y arenosos caminos que atravesaban cerros, montañas y ríos.
La fama de "El Curandero" llegaba a otros estados, pues siempre acertaba los diagnósticos y sus consejos resultaban ser  los más fantásticos.  
 Su  rara habilidad despertó la curiosidad de varias personas, quienes murmuraban, “cómo hará ese señor para saber sólo mirando la orina, la afección que puede tener una persona". 
El sabio y humilde hombre disponía de un lápiz y papel donde escribía los medicamentos, en los que muchas veces incluía plantas y "yerbas", algunas para tomar y otras sólo para frotar en la zona que dolía.

Los raros y curiosos pacientes comentan que una vez, dos citadinos se pusieron de acuerdo para echarle una broma y a la vez comprobar la veracidad de lo dicho por el curandero. Para la mala jugada llevaron " aguas" según de la esposa de uno de ellos que venía sufriendo de ciertos malestares. Tomaron la muestra y bien tempranito, antes de salir el sol, cuando apenas se ve la aurora, montaron a caballo y emprendieron un extenso camino.
Al llegar a la casa del famoso curador, hicieron entrega de la orina. El diminuto y barbudo hombre al mirar el frasquito a la luz del sol les dijo que, la enferma estaba recién embarazada y que iba a parir nueve hijos, de los cuales cinco eran machos y cuatro hembras; dos serían negros, cuatro con pintas y tres blancos.
Al oír toda esta explicación comprobaron la sabiduría del misterioso hombre, se sintieron descubiertos por la travesura que habían hecho y trataron de cancelar la consulta. Enseguida a palazo limpio, fueron execrados de aquel embrujado lugar y el afamado señor le grito con voz gruesa y certera:
¡La próxima vez me traen la orina de sus esposas y no de la cochina del vecino que quedó preñada!

                                                                                                                                                   Melany Mille

No hay comentarios:

Publicar un comentario