miércoles, 1 de junio de 2011

En ese lápiz van mis sueños…


      Como cuando necesitas salir y gritar a los cuatro vientos lo que existe dentro de ti, así estaba cierto día Filemón Monasterios, quien dentro de sus sollozos por no poder hacer realidad sus sueños, siempre se la pasaba con sus piernas inmóviles, sobre su sillas de ruedas de un lado al otro, queriendo demostrar lo que puede hacer por el mundo, y lo que logra provocar cuando sus mágicos dedos, sólo escuchando la voz de su corazón, son capaces de ensamblar.  
    De sus manos salen frases, palabras y hasta canciones tan conmovedoras y motivadoras que le pondría la piel de gallina a cualquiera. 
    Sin nada que hacer, y limitado por sus pies, decidió rodar hasta el desolado balcón de cemento de su humilde casa, hecha con algunos ladrillos y varias laminas de zinc, para observar el engranaje de las “casas de cartón”, con los verdes montes de los grandes montículos de Caracas, tan magnos como la energía que corre por la gruesas y visibles venas de su cuerpo. 
    Sin pensarlo, enseguida sacó bajo su silla un cuaderno, con el último lápiz que le quedaba y empezó a diseñar las más magnifica letra que jamás había escrito. 
  Inspirado por el opaco sol, y las densas nubes relataba cómo sería vivir, aunque sea un día, caminando por las calles de Caracas. 
   Cuando estaba cerca de ponerle punto final a su creación autobiográfica, el lápiz resbaló de sus dedos y al mismo tiempo que con cara de pavor y desespero observaba como se perdía de su vista el amarillo y viejo utensilio, a la vez se truncaba la única manera de dejar un legado escrito de sus sueños, el día que lo encuentren sin respirar aire alguno, sobre su vieja y oxidada silla de ruedas.  


Francisco Millán 

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