miércoles, 6 de julio de 2011

La casa grande y el bolo

       A mediados del año 1950, mi mamá con sus dos hijos se mudó de una parte de la ciudad a otra; como éramos pobres, la alternativa que encontramos fue ir a vivir a una casa grande conjuntamente con otra familia. Al principio, me sentí un poco incómodo (tenía 7 años), pero gracias a que los miembros de la otra familia eran buena gente al poco tiempo nos integramos muy bien y las cosas siguieron su derrotero normal. 
    Mamá se dedicaba a la costura, obteniendo los recursos mínimos necesarios para vivir; sin embargo, a mi edad ya contribuía con el sustento haciendo pequeños trabajos de ventas de empanadas, hallacas y tostadas que eran hechas por la señora de la otra familia; además, a las 4 de la mañana ayudaba a moler el maíz que ella utilizaba en las arepas que vendía diariamente en el hospital. 
   Aquella vieja casa grande era muy especial para mí, no nací en ella, no era propia, ni siquiera vivíamos solos allí, era una casa compartida por dos familias. Cuando, después de muchos años, penetro nuevamente en sus entrañas, los recuerdos inundan la mente. Al tocar las paredes, pareciera que me tocara yo mismo, aún siento la alegría y el amor a familia. 
      En la parte derecha de la casa funcionaba un bolo (juego en cancha de tierra con una bola y tres palos). Los sábados y domingos, jugadores y apostadores invadían el ambiente: ¡Que bullicio y algarabía!, pica la bola en la tabla en busca de los tres palo. La cancha, lisa y limpia era mi obra, fue mi primer trabajo formal. Como parte de la labor debía mover los troncos que limitaban la cancha para hacer el mantenimiento.
      Era el momento crucial cuando detrás de los troncos, puyas, lochas, medios y reales veía aparecer. Los ojos se me brotaban, el corazón latía fuerte, era una gran alegría. Además de los "cobres", carteritas de miche vacías procedía a recoger para venderlas en la pulpería de la esquina. Aparte de estos trajines, durante el juego vendía , hallacas y pastelitos. ¡Negocio redondo! Pero lo más feliz, los demás días ocurría, cuando el bolo para mí, en juego infantil se convertía.

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